Como la lanza
horada la carne viva
rompes tú mis
llagas
avivando el
dolor de la mañana aciaga
en que
acudiste ante mi puerta
allí donde me
encontraste, me dejas
más vacía … de
nada
incluso, más
muerta que viva
voy en lenta
agonía
hacia el
cerezo en flor, que coroné un día
cuando mis
ojos estaban
desprovistos
de vida.
Allí me
dejaste
ante el muro
de insalvable bruma
que ocultaba
la pared de mi huerto
ante la tardía
esperanza de mis huesos
cansados,
hartos de implorar perdón
en medio de la
desolación y la templanza
de la noche
cálida, que aviva la escarcha
de la nieve
oculta.
Allí estoy, y
aún así, me siento
con
incalculable vértigo
de promesas
incumplidas
intrépidas
aventuras de cárceles y suspiros
e incontenida
añoranza
hacia lo que
más anhelo.
Y donde caí,
llegué
porque no
puedo ir más lejos
que a donde tú
me has llevado.
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